domingo, 16 de agosto de 2020

UN PROFESOR SORDOMUDO Notas imposibles de una experiencia académica posible*

POR ALFONSO RODRÍGUEZ PULIDO






Pedro es un arquitecto competente y aunque sus encargos más importantes han estado ligados a gobiernos de ciudades norteñas, ha desarrollado, en veinticinco años, proyectos que le han valido el reconocimiento del gremio y la invitación a pertenecer a la Academia Nacional de Arquitectura.

Al llegar al aeropuerto madrileño, en viaje para participar en el Congreso bianual de la Academia y la oposición que sustentaría en la universidad, fue el último en aparecer en la sala de llegadas, debido a su patológico olvido de presentes y encargos destinados a los amigos, conocidos y por conocer.

Sintió el aire seco y frío camino al estacionamiento, cuando era conducido por Javier y Mercedes, sus entrañables amigos.




El insomnio inicial terminó convertido en un dolor intenso en la garganta.
—De nuevo este dolor tan incómodo y siempre de madrugada, dijo mientras preparaba un remedio.
Por la mañana decidió consultar a Ramón, su amigo especialista, para acabar cuanto antes, y como en otras ocasiones, con la molestia en las amígdalas, que sentía como pelotas de golf atravesadas en su garganta; al menos los análisis sanguíneos los había recibido la semana pasada.

Alrededor de mediodía se dio cuenta que no podría trabajar en nada si no atendía su dolencia. Enfiló a la Clínica 3, a dos cuadras de su hotel, después le notificaría a Ramón lo que resultara.

El médico ajustó su visor y la luz concentrada de su lámpara manual y, después de hacerlo pronunciar varias veces 33 con la barbilla hacia el pecho, se sentó a mirar de nuevo los análisis.
— Mire, don Pedro, su problema no es sólo una amigdalitis tiene una infección severa que no ha sido bien cuidada. El riesgo es la afectación de las cuerdas bocales, sobre lo cuál no puedo hacer ningún pronóstico por el momento. Otra posibilidad es la contaminación de los conductos auditivos.
Deberá someterse a un tratamiento estricto y espero no tengamos que recurrir a cirugías para evitar que el daño sea mayor e irreversible.

La última frase la escuchó apenas. Lo que al principio consideró una atención del médico por hablar en voz baja, supo que era sordera progresiva. Sintió que la cara le quemaba, se sintió avergonzado por las consecuencias de su desidia.





Hasta ahora estaba en un punto que nunca imaginó. Abrió la carta...


Don Pedro de la Mancha
Estimado señor:
El excelentísimo Director de la Escuela Superior de arquitectura tiene a bien invitarlo a integrarse a la planta del profesorado de esta institución, toda vez que ha resultado ganador de la Oposición correspondiente.
Atentamente,
Fdo. Don Policarpio Macetas.

Su circunstancia ahora era de lo más incómoda y extraña: por una parte tenía la seguridad legal de asumir su puesto de Profesor de Proyectos (Profesor de Universidad), ganada por oposición dos meses antes (¿ironía o cinismo?); por otro lado, su situación fisiológica le obligaba a renunciar por incompetencia física.
Cualquiera de las opciones implicaba valor para decidir, aunque renunciar parecía la salida fácil y “elegante”. Sería pensionista pero a cambio, pensó, moriría consumido por su impotencia.

Durante algunas semanas evitó visitar a sus amigos, disculpándose a través de emilios, y decidió darse unas vacaciones recorriendo sitios. Resolvió continuar ocultando su situación, conteniendo su fiebre interior.


Cuando estudió la carrera, sus profesores se esforzaban para que entendiera que “lo que estaba por hacer” debía incluir una dosis de “carácter, belleza y firmeza”, además de la necesaria “utilidad”. Ahora esto, razonaba, le resultaba imposible de ser expuesto en sus condiciones actuales; además, sabía que las cuestiones trascendentales no se pueden representar; que podemos, en el mejor de los casos, sólo aludirlas. Pero ¿y el lenguaje?...

Tuvo la certeza de que la arquitectura (y el arte) no requieren intermediarios para “entenderse”: cuando viajaba, lo hacía solo, y durante horas permanecía callado recorriendo, dibujando y mirando. Le parecía desde entonces que la arquitectura es silente, que su apreciación es un actitud egoísta.
Siguiendo con esta secuencia de ideas, recordó haber leído, un artículo de Antonio Muñoz-Molina, donde se menciona que “la música sobre-expuesta (música en los trenes, en los aviones, en las esperas, en los teléfonos...) aturde el aprecio de la música como noción y contemplación interior”. ¿Pasa lo mismo con la retórica académica?

Mirar un mismo objeto es otra manera de comunicarse y, a partir que se produce y concluye esta situación, el objeto mirado constituye el puente atemporal que relaciona la acción que lo construyó y el momento de su contemplación. Fue un hallazgo importante.

Aprendió y desarrolló una habilidad especial para interpretar los gestos del rostro, el movimiento de los ojos, observando la superficie de una pintura. Supo con certeza que toda teoría comienza, inevitablemente, con la mirada

Estos pensamientos lo tranquilizaban ¡no requería de la voz para comprender la arquitectura y el arte!
Cuando tomo la decisión de continuar le animaba la emoción de estas meditaciones. ¡Si lograba comunicar esto a sus alumnos el asunto estaba salvada, por el momento, su condición!





El primer día de clases, al final del verano, se las apañó para pretextar, y comunicar con gestos, afonía temporal causada por una afección bronquial.
Reunió al grupo y después de presentarse con su nombre escrito en una esquina de la pizarra, continuó:

“... aprovechando mi temporal incomunicación oral, haremos un ejercicio casi teatral: a partir de hoy seremos un grupo de estudio integrado por una comunidad multi étnica, mejor multi lingüística y, por tanto, no nos podemos entender con el lenguaje oral. Por tanto, debemos esforzarnos por explicar gráficamente nuestras propuestas y desacuerdos”.

Al principio, los alumnos sonreían, quizá con el nervio del acuerdo lúdico y el previsible desenlace común y corriente de la cancelación de la propuesta y la vuelta a las explicaciones teóricas, en la mayoría de ocasiones tan abundantemente retóricas, de los profesores.
Pero al pasar los minutos, el silencio comenzó a imperar y las sonrisas iniciales cambiaron por expresiones de asombro contrastando con el rostro de Pedro que ahora, en oposición, parecía iluminado.

Su estado actual representaba una paradoja que creía haber presagiado a partir de la lectura del Ensayo sobre la ceguera de Saramago, cuando se hizo presente la sensación de resistencia para continuar leyendo, y la certeza que en cualquier momento estaría ciego, como los innombrados personajes, le abrumaba. El mismo efecto era referido por los alumnos de su curso anterior, a quienes recomendó su lectura.






Durante las dos primeras semanas, el grupo de estudiantes se resistía a evitar la explicación oral de sus propuestas. La ausencia de voces que, en este período, resultaba chocante y un tanto repulsivo, se convirtió en un alivio conforme pasaba el cuatrimestre.

Por contraste con otros áreas de la escuela, en las aulas o en el bar, el taller de Pedro representaba una suerte de “oasis sonoro”. La ingente cantidad de croquis, maquetas, bocetos, planos, pegados en paredes y cristales, sobre las mesas, libros diseminados por el taller; le otorgaban una cualidad de espacio habitado por sí mismo: cambiaba de color y detalle con los días, con las horas, con cada documento añadido.

Se instaló en el centro una “mesa de observación”; donde los alumnos podían mirar los trabajos “montados”. Desde aquí, las propias grafías parecían diferentes al cambiar, de la posición horizontal como fueron producidas, a la vertical como eran expuestas. Después de algunos minutos el estudiante volvía a la carga para modificar aquello que comprendió, sin hablar.

Durante este lapso Pedro no cesaba de observar las reacciones faciales y comportamentales de sus pupilos, de las que obtenía la certeza de las bondades del sistema de aprendizaje acordado, el grupo sabía ahora que el proceso de comprensión de un objeto que no existe (como un proyecto), es personal y en solitario, que son las propias acciones del estudiante las que permiten la construcción de lo que no podía ver.

Ahora consideraba que su incidente ofrecía algunas ventajas que antes no había apreciado: en sitios donde le resultaba imposible concentrarse con lecturas, por causa del ruido excesivo y aturdidor, sobre todo cuando el autor no había colocado en su comunicación suficiente “pathos” que permitiera “elevar la voz”, ahora “escuchaba” mejor.

Cogió su pluma y anotó motivado por sus recientes experiencias:

Mirar
Mirar a.
Mirar a través de.
Mirar reflejado en.
Mirar, interpretar.
Mirar desde.
Miré, ergo recuerdo

Las cosas ¿se manifiestan por la mirada? O ¿por el recuerdo de lo mirado? La mirada (lo visual) implica o favorece la construcción de la conciencia del tiempo.

La transmisión, involuntaria quizá, de actitudes que contienen lecciones morales en el proceso de aprendizaje orienta, direcciona, e incrementa la angustia por la respuesta fallida, sobre todo en ámbitos donde la “evaluación” cuantitativa es norma.

Podemos cambiar el ámbito de aprendizaje del proyecto de arquitectura evitando los condicionamientos apriorísticos, que limitan la acción y energía expresiva del aprendiz.

Implica poner de revés la comunicación del profesor con el estudiante... más valdría un profesor mudo.



Verano de 2002


*Una versión editada de Un profesor sordomudo apareció en el libro Lecciones de arquitectura coordinado por Carlos Caballero Lazzeri, publicado por UV Editorial de la Universidad Veracruzana en Xalapa, 2005. Un profesor sordomudo es una representación que se hizo en el taller de diseño hace unos quince años. Estuvimos sin hablar dos meses. Y se hacían ejercicios, que no registramos, pero que eran parecidos a éstos. Los hemos añadido aquí porque sirven como referencia gráfica del texto y son un relato paralelo en sí.

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