lunes, 29 de julio de 2024

La experiencia clásica y la experiencia científica en la arquitectura I/II

POR MARIO ROSALDO



Hay por lo menos dos formas de aproximarnos al concepto de experiencia que tenían los pueblos originarios mexicanos, los antiguos mexicanos. La primera: a través del estudio del legado material que nos dejaron; a saber, los vestigios de ciudades, monumentos, cerámicas, utensilios, etc. y los códices, que, como la producción de objetos de uso diario o medios de subsistencia, no cuentan con el respaldo de un discurso explicativo o expositivo. Hay que crearlo con base a suposiciones razonables. La segunda: a través de la recopilación de datos que algunos frailes hicieron entrevistando directamente en su idioma a los personajes que tenían mayor ascendencia entre los pueblos del centro de México. El estudio empírico del legado material nos permite establecer el tipo de actividades que se desarrollaban en el Antiguo México, todas relacionados con el esfuerzo físico e intelectual y la edad cronológica de los individuos, así como con el estatus social que detentaban. Por otro lado, las narraciones de los representantes mexicanos y los comentarios de los frailes nos permiten ver que en el nahua del centro del país había por lo menos un concepto equivalente al de experiencia en castellano, empleado constantemente por los frailes y, en general, por todos los españoles que habían llegado para consolidar el dominio de la Corona española sobre las tierras y los habitantes de México. Frente a los vestigios urbanos, que incluyen construcciones con usos diversos, algunos de los cuales sólo deducimos, podemos pensar en la experiencia técnico-constructiva que lograron desarrollar a lo largo de los siglos, ya de manera directa, ya indirecta a través del estudio de las edificaciones de quienes les habían precedido. Dado que estas construcciones se recubren con relieves o esculturas, es decir, con símbolos religiosos, también debemos hablar de una experiencia artístico-cultural. Y, sabiendo que ciudades y edificios se alineaban de acuerdo al sol o a las estrellas en general, igualmente hay que considerar la participación de una experiencia matemática o astronómica. De otra manera, habría que creer que los antiguos mexicanos no eran capaces de conservar y transmitir su experiencia constructiva, artística, religiosa ni intelectual; se caería así en la suposición absurda de que cada vez que emprendían una obra comenzaban desde cero. Los hechos documentados por la arqueología contemporánea demuestran lo contrario. Por su parte, Fray Bernardino de Sahagún, Fray Toribio de Benavente (Motolinía) y Fray Juan de Torquemada hacían uso del concepto experiencia para indicar en esencia dos cosas. Una: que si algo se afirmaba sobre un lugar o un suceso era porque se lo había podido comprobar en persona o porque era algo que había sido presenciado por un gran número de testigos, esto es, ese algo se decía por experiencia. Y la otra: que se sabía hacer algo por razón de haberse aprendido con base a esfuerzos físicos e intelectuales, ya por cuenta propia mediante experimentos y modelos, ya siguiendo el ejemplo de los más viejos y más avezados, o también a través de la observación directa de un acontecimiento histórico o de un fenómeno astronómico.

En el estudio material, al hablar de la experiencia técnico-constructiva o de la artístico-cultural, nos vemos obligados a introducir inmediatamente el concepto de experiencia porque es parte sustancial de nuestro lenguaje moderno. Esto nos convence de que, de algún modo, deformamos el pasado que queremos entender de manera exacta, precisa, sin distorsiones. Lo que sucede es que tendemos a idealizar las diferentes épocas de la historia y suponemos ingenuamente que ellas existen solas sin nuestra intervención. Es decir, queremos estudiarlas como imaginamos que el geólogo estudia los estratos del suelo, de manera completamente aislada, sin contaminaciones de ningún tipo. Pero, aunque el geólogo se apoya en análisis de laboratorio para evitar la contaminación, tampoco está del todo a salvo de sus prejuicios actuales a la hora de emitir una opinión o formular una teoría. Tiene que luchar contra ellos apoyándose exclusivamente en los datos técnicos y en los principios de las ciencias modernas. Sucede algo muy parecido con los arqueólogos y los antropólogos, procuran apoyarse más en el material descubierto que en sus propias elucubraciones y, de hecho, sus hipótesis de trabajo, si no son corroboradas por las pruebas, quedan como explicaciones provisionales o limitadas. Las técnicas constructivas de las ciudades, de los edificios o de las esculturas y relieves, determinadas por los arqueólogos, ingenieros, arquitectos y artistas en general, trabajando de manera conjunta, no dejan de estar contaminadas por los prejuicios de sus correspondientes épocas, pero siempre aportan un conocimiento importante al respecto. Es en este sentido que las recopilaciones de los frailes también nos aportan una información suficiente para percatarnos de que los antiguos mexicanos, al igual que los recién llegados europeos, hablaban de experiencia, que éste no es un concepto ajeno a las actividades productivas del mexicano. Por mucho que Sahagún, Motolinía o Torquemada favorecieran a esos antiguos mexicanos, que los ennoblecieran o elevaran al nivel de los europeos, para salvarlos del abuso de los españoles, el contexto de los pruebas que nos ofrecen demuestra cómo y por qué dedujeron que se hablaba de experiencia y no de otra cosa. Por si eso fuera poco, los frailes aprendieron las lenguas de los diferentes pueblos originarios mexicanos tanto para adoctrinarlos en la religión cristiana como para poder comunicarse directamente con ellos, sin rodeos ni malos entendidos. Es por eso que Sahagún, por ejemplo, entrevista a los mexicanos y toma nota de sus respuestas directamente en nahua; son, pues, los mexicanos quienes aportan el concepto nahua de experiencia, que en las traducciones posteriores al español toma la forma moderna con las connotaciones que ya conocemos. Puede decirse que, en general, los frailes ven a los mexicanos como seres humanos completos, no como simple mano de obra, ni como seres inferiores; los defienden como hijos de Dios y súbditos de la Corona. No se discute sobre la traducción al castellano de otros conceptos nahuas porque se refieren más a cosas que a actividades humanas, es decir, porque no ponen en entredicho esa leyenda negra de la inferioridad racial, sólo aquellos conceptos que, como el de experiencia y ciencia, amenazan al eurocentrismo. Veamos breves extractos de los libros de Sahagún y Benavente.

Sahagún:

«CAPITULO XVIII.

«De otro razonamiento que los mismos decian, á los que ya otras veces habian ido á mercadear lejos.

«Tambien los mercaderes viejos hacian algunas exhortaciones a los mancebos que iban á mercadear , aunque tenian ya esperiencia de los caminos y trabajos, y con brevedad los hablaban de las cosas que se siguen diciéndoles: „ Mancebo que aquí estaís presente, no sois niño: ya teneis esperiencia de los caminos y de los trabajos de ellos, y de los peligros que hay en este oficio de andar de pueblo en pueblo [comerciando] y habeis andado los caminos, y por los pueblos donde ahora quereis otra vez ir, no sabemos lo que sucederá, ni sabemos si os veremos mas. Por ventura allá se os acabará la vida en alguno de esos pueblos y andurriales: acordaros eis en cualquiera parte que os acontezca, de los avisos y lágrimas de nosotros vuestros padres, que os amamos como á hijo, deseamos merecer gozar de vuestra vuelta, y de veros acá con salud y prosperidad. Ahora hijo, esforzáos é id en hora buena; bien sabemos que en vuestro camino no os han de faltar trabajos, porque él es de suyo rudo y fatigoso: tened cuidado de los que van con vos, no los dejeis, ni desamparéis, ni apartéis de su compañia, tenedlos y tratadlos como á hermanos menores: avisadlos de lo que han de hacer cuando llegáredes á los descanzaderos, para que cojan heno , y hagan asientos, para que descansen los mas viejos. Ya hemos advertido á esos vuestros compañeros que no han ido otra vez á mercadear, y andar esos caminos á que ahora vais, y por eso no es menester alargarnos en palabras. Esto hijo mio os hemos dicho con brevedad, idoos en paz, y haced vuestro oficio y esforzaos." En habiendo acabado de hablar los viejos, el mancebo respondía brevemente diciendo: ,,En mucha merced tengo, señores, la consolación que me habeis dado, sin ser yo digno de ella; habeis hecho como padres y madres, y como si fuera salido de vuestras entrañas habiendoos esplicado así conmigo: habeisme dicho palabras sacadas del tesoro que teneis guardado en vuestro corazon, que son tan preciosas como oro, piedras , y plumas ricas, y por tales las recibo y estimo; no me olvidaré de palabras tan hermosas, en mi corazon y en mis entráñas las llevaré atesoradas; lo que os ruego és, que en mi ausencia no haya falta en mi casa de quien barra y haga fuego. En ella queda mi padre, ó madre, ó hermana, ó mi tia, ruegoos que tengáis cargo de favorecerlos , para que ninguno les haga ningun agravio; y si nuestro Señor tuviese por bien de acabar con mi vida en este camino, lo dicho dicho, y con esto voy consolado.” Acabadas estas palabras, todos los que estaban presentes comenzaban a llorar, así hombres como mugeres, despidiéndose del que se partia, y despues comian y bebian todos[1]»[1].

Benavente:

«Hay cañafístolos bravos, que si los ingeriesen se harían buenos, porque acá se hacen bien los otros árboles de la cañafístola. Este árbol plantaron en la Isla Española los frailes menores primeros que otra persona los plantase, y acá en la Nueva España los mismos frailes han plantado casi todos los árboles de fruta, y persuadieron a los Españoles para que plantasen ellos también; y enseñaron a muchos a ingerir, lo cual ha sido causa que hay hoy muchas y muy buenas huertas, y ha de haber muchas más; porque los Españoles visto que la tierra produce ciento por uno de lo que en ella plantan, danse mucho a plantar e ingerir buenas frutas y árboles de estima. También se han hecho palmas de los dátiles que han traído de España, y en muy breve tiempo han venido a dar fruto. Hállase en estas montañas ruiponce, y algunos dicen que hay ruibarbo, mas no esta averiguado. Hay otras muchas raíces y yerbas medicinales, con que los Indios se curan de diferentes enfermedades, y tienen experiencia de su virtud. Hay unos árboles medianos que echan unos erizos como los de las castañas, sino que no son tan grandes ni tan ásperos, y de dentro están llenos de grana colorada; son los granos tan grandes como los de la simiente del culantro. Esta grana mezclan los pintores con la otra que dije que es muy buena, que se llama nocheztli, de la cual también hay alguna en estos montes. Hay muchos morales y moreras; las moras que se dan son muy menudas. Poco tiempo ha que se dan a criar seda; dase muy bien, y en menos tiempo que en España. Hay mucho aparejo para criar mucha cantidad andando el tiempo; y aunque se comienza ahora, hay personas que sacan trescientas y cuatrocientas libras, y aun me dicen que hay persona que en este año de 1540, sacará mil libras de seda. De la que acá se ha sacado, se ha teñido alguna, y sube en fineza; y metida en la colada no desdice por la fineza de los colores. Los mejores colores de esta tierra son, Colorado, azul y amarillo; el amarillo que es de peña es el mejor. Muchos colores hacen los Indios de flores, y cuando los pintores quieren mudar el pincel de una color en otra, limpian el pincel con la lengua, por ser los colores hechas de zumo de flores»[2].

«Hácese del metl buen papel; el pliego es tan grande como dos pliegos del nuestro; y de esto se hace mucho en Tlaxcallau, que corre por gran parte de la Nueva España. Otros árboles hay de que se hace en tierra caliente, y de estos se solía gastar gran cantidad: el árbol y el papel se llama amatl, y de este nombre llaman a las cartas, y a los libros y al papel amate, aunque el libro su nombre se tiene. En este metl o maguey hacia la raíz se crian unos gusanos blanquecinos, tan gruesos como un cañón de una avutarda y tan largos como medio dedo, los cuales tostados y con sal son muy buenos de comer; yo los he comido muchas veces en días de ayuno a falta de peces. Con el vino de este metl se hacen muy buenas cernadas para los caballos, y es más fuerte y más cálido y más apropiado para esto que no el vino que los Españoles hacen de uva. En las pencas u hojas de este maguey hallan los caminantes agua, porque como tiene muchas pencas y cada una como he dicho tiene vara y media de largo, y cuando llueve, algunas de ellas retienen en sí el agua, lo cual como ya los caminantes lo sepan y tengan experiencia de ello, vanlo a buscar, y muchas veces les es mucha consolación»[3].

Siglos antes, la lenta pero continua llegada de obras clásicas desde Constantinopla, a través de Venecia, de traficantes oportunistas y, más tarde, de quienes llegaban a las prósperas ciudades italianas huyendo de la invasión turco-otomana, permitió recuperar por lo menos una parte no sólo de las ciencias sino también de las artes que se habían desarrollado en Bizancio y el mundo árabe. Así se dan a conocer los famosos libros de Marco Vitruvio sobre el arte de construir (De architectura), que servirán de modelo para los tratados que escribirán a partir del siglo XV y XVI Leon Battista Alberti (De re aedificatoria), Antonio Filarete Averulino (Trattato di architetura), Sebastiano Serlio (Sette libri dell'architettura), Andrea Palladio (I quattro libri dell'architettura), Giacomo Barozzi da Vignola (Regola delli cinque ordini d'Architettura) y varios más. Con la Contrarreforma se da una lucha institucional no sólo contra el protestantismo, sino también contra la nueva ciencia basada en la experimentación y la observación irradiada desde Inglaterra. La encabezan Ignacio de Loyola y la Compañía de Jesús. Con la educación jesuita se retoma la idea clásica de la experiencia basada en el aristotelismo y el tomismo. Las órdenes mendicantes, ya por decisión propia, ya por obligación, se someten a esta escolástica, entendida como ciencia demostrativa por la vía del argumento. En 1550-1568, años en que Giorgio Vasari publica y amplia su obra, Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos; éste se ufana de contar con una teoría del arte y de la construcción, heredada de los griegos y de los romanos, que supera por su carácter tradicional o clásico, esto es, por su probado valor técnico, al empirismo de las catedrales francas o germanas, propias de los países protestantes, puesto que tal empirismo no sería para este arquitecto italiano sino una burda improvisación: el simple acumular de piedra sobre piedra, sin una teoría y una técnica avaladas por la experiencia. Este sentido del término ya existía antes de Vasari y permanece hasta nuestros días: un saber es empírico si se aprende por la vía práctica, sin una teoría, sobre todo sin una academia que lo certifique. En 1585, el escultor español Juan de Arfe y Villafañe describía en su libro De varia commensuracion para la esculptura y architectura, lo que sería un procedimiento exacto, útil, lo mismo para plateros que para arquitectos, que si bien prescinde de la historia y la teoría para centrarse en los resultados, no rompe en absoluto con el modelo clásico:

«Estas demostraciones se pratican con el compas y regla numerando Porque unas partes dellas multiplican a vezes, y tambien van acortando Dando y tomando a proporcion se aplican y asi se van las cosas acertando. Por esto acortare demostraciones y solo mostrare las conclusiones.

«Para qestos principios sean mas faciles a los artifices para quien escrivimos, que no son mui exercitados en mathematicas, dexando las demostraciones de Archimedes, Euclides, Theon, y otros despues que imitarion a estos, usaremos de sus conclusiones como de preceptos y reglas co el compas en la mano, y la regla juntamente, que ambos instrumentos an de ser la guia en este primero libro»[4].

En 1629, se publica el Manuale d'Arquitectura, una «práctica breve y resuelta» de Giovanni Branca, o Juan Branca, como dice en la traducción al español de 1790, arquitecto de la Santa Casa de Loreto. Comienza hablando de los materiales de construcción y luego pasa a los cinco órdenes que, dice, ornamentan la arquitectura. Habla de cuatro algoritmos de aritmética, de la regla áurea o regla de las tres proporciones y de principios de geometría; incluye ilustraciones. Esta división y estos trazos de los órdenes se repetirán en manuales posteriores de arquitectura. En 1639, Fray Laurencio de San Nicolás, agustino descalzo, maestro de obras, manifiesta al inicio de su Arte y uso de la arquitectura, el interés por dotar al constructor de una sólida base técnica, prestando atención sobre todo a las artes o ciencias heredadas de la Antigüedad:

«Prólogo al lector

«Muchos y varios son los escritos quede la Architectura ay; y aunque muchos, con dificultad se alcançan, y ya que los alcançen algunos, no todos, parte por su falta, parte por su valor, y considerando que para ser vno buen Architecto, necessita de ser buen Arismetico,y buen Geometra, tomando por fin el aprouechamiento del que con deseo dèl, anda rebolviendo libros, dėseando juntar lo necessario destas tres Artes en un tratado: porque de la mayor luz, nace la mayor claridad, declarando las dificultades de un Templo, parte superior en la Architectura. Y asi como en la Gentilidad tratavan de disponer Templos para dioses falsos; en este mio tratarè del Templo dedicado al verdadero Dios, demostrando en él el modo deplantar los edificios, la fortificacion necessaria, mostrando sus alçados, y al deseño acompañarè con medidas, que en ellas se incluye la Geometria, y Arismetica, pues estas tres son partes necessarias para ser perfeto un Architecto y en el Templo es donde ha de campear mas el ingenio del Artifice, pues en èl se cifran las mayores dificultades, y imitando a Dinocrates Architecto, el qual deseando con su Arte servir al Emperador Alexandro se fue a èl y hallando dificultad en la entrada, por emulos se disfraçò, y en el disfraz, le vio Alexandro, mandòle llamar y conociendole, le tuvo en su compañia, y con èl edificò la ciudad de Alexadria»[5].

Es decir, Vasari, Arfe y Villafañe y de San Nicolás nos muestran claramente que la recuperación de las ciencias y las artes (la experiencia clásica) trae consigo una primera demanda de bases firmes y técnicas, que ya está en Marco Vitruvio y en los tratadistas italianos de arquitectura que le siguieron. La segunda demanda vendrá después de la fundación de la Real Sociedad de Londres en 1660, que promoverá el recurso del experimento y la física-matemática en la investigación científica, y de la Academia Francesa de Ciencias en 1666, que incluirá a científicos extranjeros de prestigio e intentará seguir el mismo camino de su precedente inglés; pero, desde el comienzo, se da en su seno una amplia discusión entre los académicos defensores de las ciencias clásicas y los promotores del método experimental. Es la famosa querella entre los Antiguos y los Modernos. Los ecos de esta disputa llegarán hasta España y desde luego a las tierras americanas, pero el tomismo seguirá imperando. Durante ese siglo XVII, cuando comienza a promoverse la ciencia a través de las academias, los mexicanos y los españoles seguirán hablando de esos dos tipos de experiencia ya mencionados, y sólo de cuando en cuando aparecerá el alegato en contra de la ciencia experimental difundida por las Universidades de Oxford, Cambridge y Londres, y, por supuesto, por su más grande representante, Isaac Newton. Se continuará prefiriendo la física inspirada en la experiencia de los Antiguos, en los razonamientos basados en la experiencia tradicional y se seguirá viendo el empirismo como algo improvisado, falto de autoridad. El cambio tiene lugar hasta el siglo XVIII. Las universidades españolas se van a abrir poco a poco a la aplicación del método experimental, en especial la Universidad de Sevilla. Así, en 1748, la América española, se vuelve escenario de un experimento científico en el que participa el almirante sevillano Antonio de Ulloa, cuando la Corona coopera en la determinación de la medición del meridiano terrestre, que probaría la magnitud y redondez del planeta[6]. No es sorprendente, pues, que en 1757, un jesuita se pronuncie en favor del experimento científico, aun cuando sea sólo como traductor al español de una obra francesa:

«PROLOGO DEL TRADUCTOR.

«La Physica Experimental tiene por objeto principal la descripcion de los phenomenos de la naturaleza, el descubrimiento de sus causas, la exposicion de sus proporciones, y la inquisicion general sobre la constitucion del Universo. Llevados los hombres de una noble curiosidad, se han aplicado en todos tiempos al estudio de la naturaleza. Toda Arte tiene conexion con este estudio: y cada vez se halla mas nuevo por su variedad, mas gustoso por lo ameno, y mas digno de admiracion por lo inagotable de su doctrina. Lejos de detenerse en el conocimiento esteril de las cosas possibles como tales, passa à ocuparse en la discussion de los efectos reales, que pueden instruirnos, y al mismo tiempo utilizarnos. Pero toda esta instruccion, y utilidad serà perniciosa, si falta un cierto, y determinado methodo en inquirir los efectos de la naturaleza. A esta debemos primeramente consultarla en sì misma, siguiendo con cuidado sus operaciones manifiestas, y hurtandole (por decirlo assi) sus secretos, por medio de escogidas experiencias, y repetidas observaciones; pues de otro modo nunca llegarèmos à descubrir la verdadera causa de sus efectos maravillosos, si suponemos las cosas en vez de buscarlas, y fingimos systèmas en lugar de recurrir à la observacion, y à la experiencia. No hay duda, que la naturaleza, y la verdad estàn acordes consigo misimas: con que para hallar la verdad, debemos buscarla en los efectos de la naturaleza; fin que puedan retrahernos ciertos motivos ridiculos, ni ciertos respetos humanos, opuestos à su estudio: quizás temiendo no se descubra con las nuevas noticias lo débil de sus fundamentos, y lo mal apoyado de fus opiniones. Si éstas son verdaderas, se confirmaràn mas, y mas ; si falsas, importa mucho sacar su falsedad à luz; y si inutiles, desterrarlas sin piedad, ni limitacion alguna. Porque es evidente, que para que la verdad se mantenga intacta en su pureza, no ha de tener que ver con los zelos, y sospechas de los Zoylos, entre quienes se obscurece, por la mezcla fatal de los medios de que se valen para mantener caprichosamente sus systèmas»[7].

En 1752, en Madrid, se funda la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Y más tarde, en 1781, en México, se funda la Real Academia de las Nobles Artes de San Carlos de esta Nueva España, inicialmente sujeta a los intereses sobre acuñación y grabado de la Casa de la Moneda, pero destinada en realidad a la enseñanza de pintura, escultura y arquitectura, según lo señalado en sus estatutos de 1785. El español Antonio Velázquez de González será el director de arquitectura. Entre lo que se enseñaba a los alumnos de la Academia estaban los Principios de Geometría, como recomendaban Arfe y Villafañe y de San Nicolás, así como los franceses (Louis Bretez, Jean-Baptiste Alexandre Le Blond, Pierre Bullet, Augustin Charles d'Aviler, Jacques François Blondel, Jean François Monroy, entre otros), que traducían, seguían o emulaban a Vincenzo Scamozzi, Serlio, Palladio y Vignola. Es decir, en la Academia de San Carlos también se buscaba enseñar de manera concisa pero práctica.


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NOTAS:


[1] Sahagún, Bernardino de, Fr.; Historia General de las cosas de la Nueva España; Tomo I; Libro Cuarto. De la astrología judiciaria o arte adivinatoria mexicana; Imprenta del Ciudadano Alejandro Valdés, calle de Santo Domingo y esquina de Tacuba; México, 1829; pp. 313-314.

[2] Motolinía, Benavente, Toribio de, Fr.; Historia de los indios de la Nueva España; escrita a mediados del siglo XVI; Herederos de Juan Gili, Editores, Cortes, 581; Barcelona, 1914; p. 195. Subrayado original.

[3] Ibíd.; p. 252.

[4] Arfe y Villafañe, Juan de; Op. cit; Imprenta de Andrea Pescioni , y Iuan de Leon; Sevilla, 1585; sin número de página.

[5] San Nicolás, Laurencio de, Fr.; Op. cit; España, 1639; sin nombre ni lugar de impresión; sin número de página.

[6] Véase: Juan, Jorge y Ulloa, Antonio de; Relacion historica del viage a la America Meridional hecho de orden de S. Mag. para medir algunos grados de meridiano terrestre, y venir por ellos en conocimiento de la verdadera Figura, y Magnitud de la Tierra, con otras varias Observaciones Astronomicas, y Phisicas; Impresor Antonio Marin; Madrid, 1748.

[7] Nollet, Jean-Antoine Abate; Lecciones de Physica Experimental; Tomo I, traducido del francés al español por Antonio Zacagnini, de la Compañia de Jesús; Oficina de Joachin Ibarra, calle de las Urosas; Madrid, 1757.

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