viernes, 18 de noviembre de 2016

Elección de lecturas

POR MARIO ROSALDO



Ahora que nos dedicamos a la investigación y a la crítica de arquitectura nos preguntamos cómo fue posible que, al inicio de nuestros estudios profesionales, la simple mención de una obra de literatura atrajera más nuestra atención que la recomendación a leer una lista de libros de arquitectura. La novela sigue siendo importante para nosotros[1], la lista ni siquiera la recordamos. Intentemos desentrañar esta cuestión.

Tanto la mera mención como la recomendación tuvieron lugar en la misma época de nuestro primer año en Xalapa, en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Veracruzana (FAUV). Sin embargo, no ocurrieron en el mismo lugar. La simple mención de una novela, que se volvió significativa para nosotros, fue hecha en un gran salón de actos de una organización campesina, en la ciudad de Cosamaloapan, y la recomendación académica en un cerrado salón de clases, en Xalapa. En el gran salón había un público joven verdaderamente interesado en lo que decía el líder cañero, en el salón de clases la información pasaba por los filtros de nuestras aprensiones.

Aunque podemos especular que en la mayoría de los estudiantes de entonces había un cierto rechazo a la «teoría», nos queda claro que este no era el caso particular nuestro. Ahora entendemos que aquella lista no atrajo nuestra atención porque sólo era una colección de sonidos, de palabras, que no suscitaban ninguna asociación en nuestra experiencia, en nuestra memoria. En las etapas anteriores a la universidad, no habíamos sido iniciados ni en la historia ni en la crítica de arte, menos en la teoría de la arquitectura. En cambio, teníamos conocimientos suficientes de literatura. Esta información previa hizo posible que, ante la mención de un título de Gógol, la caja de resonancia en nuestra memoria vibrara hasta darle un mínimo de sentido al sonido, a las palabras, del líder cañero. Además, éste relacionaba literatura con realidad, no con teorías, no con especulaciones, ni con un bagage cultural que había que acrecentar de manera abstracta como insinuaba el profesor en el salón de clases. En la exposición del líder cañero la literatura ayudaba a comprender los hechos concretos referidos a los campesinos y sus condiciones de vida, en la del profesor la lista de libros era opcional, accesoria, complementaria, pero no referencial.

No decimos que si el profesor se hubiera valido de otros medios para sensibilizarnos e interesarnos en el estudio de la teoría, la historia y la crítica de arquitectura, los estudiantes de entonces nos habríamos convertido en mejores investigadores o mejores críticos, porque no todo depende de los profesores ni de los libros. Existe la parte que condiciona ese todo: nuestra percepción de la realidad y las acciones que enriquecen nuestra experiencia como colectividad y como individuos. Traemos a cuento lo anterior simplemente para explicarnos de algún modo la elección que hicimos en un momento dado de nuestras vidas, sin juzgar si fue errada o certera.



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NOTA:
[1] Hemos publicado un ensayo al respecto, véase: Gógol, Marx y García Saldaña



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